Pasaban las
horas y aunque las ansias parecía que le ganaban a su voluntad, inquieto y meditabundo levantose
súbitamente de su sillón y puesto en pies decide ir un rato al jardín para
recibir aire fresco y algunos rayos de sol en su cara que le pudieran hacer
despertar o sentir que estaba vivo en esa media mañana. Bien desayunado y con las manos en los bolsillos del pantaloncillo corto que se puso ese día y una camiseta un tanto vieja pero que quería mucho, se sentía mejor y más cómodo.
Era tan solo la segunda semana de confinamiento gracias a la pandemia que azotaba
al planeta y empezaba a tomarle el gusto al trabajo en casa y a las horas
conforme pasaban. Hoy era uno de sus días libres.
__No es lo mismo
la soledad que uno elige a la soledad obligatoria, las cosas van a cambiar y será para bien, de todas las crisis siempre sale algo bueno,__ musitó para sí Juan Pablo García Torrealba, un buen hombre de mediana edad, trabajador y soñador.
Caminó de un
lado a otro en el patio trasero y por las aceras del jardín de su casa, una humilde pero hermosa vivienda la cual se ubicaba a un lado de la pequeña ciudadela de San Buenaventura El Bienaventurado, en un barrio residencial, con bellas alamedas y un parque aunque pequeño que hasta hace unos días era frecuentado por muchas personas del barrio y que ahora lucía cerrado y vacío, solo los pájaros eran sus visitantes privilegiados. Vino a su mente un pensamiento de aprovechar mejor el tiempo de una manera que le pudiera traer el
beneficio de alimentar su alma y su espíritu, pues su estómago estaba lleno y algo importante le faltaba. Se echó de nuevo en el sillón y con
profunda concentración se olvidó del mundo externo, apenas respirada y
pestañeaba, pasaba las páginas que una a una iba leyendo, introduciéndose cada
vez más en la obra que hacía unas semanas atrás había iniciado antes de que
llegara la pandemia, estaba fascinado por la obra la cual llegaba ya a la parte más apremiante. Frente a la gran obra de Carlos Ruiz Zafón, "La Sombra del Viento", pasaban los minutos; pasaban las horas,
leyose aproximadamente ochenta páginas y descansó. Se sintió mucho mejor. Eran las doce del mediodía y decidió hacer una pausa para poner la televisión y ver las
noticias para conocer el corte de cuántos infectados por el virus hasta ahora había en el país. Luego
preparó su almuerzo y se sentó de nuevo en el sillón, su amado sillón viejo, pero muy cómodo, era cuestión de tiempo para que le
diera sueño y decidió hacer la siesta, pero no se dio cuenta y
rápidamente quedó dormido.
Horas más tarde
despertose gracias al ruido que hacia la brisa al entrar por la ventana lo que hacía que la cortina al rosar con el metal del marco producía una música de baja frecuencia pero capaz de despertar al mismísimo Morfeo. Se incorporó para tomar el libro
nuevamente ya que estaba caído en el piso, miró el reloj de pared y decidió
darse una ducha fría para continuar con la lectura en la página que había
dejado. Caía la tarde y se apreciaba arreboles al fondo de la llanura que pintaban de rojizos variados los tejados de las casas, más allá donde se une el horizonte con la llanura se dejaba ver el copete del majestuoso volcán que dominaba el paisaje con su cono casi perfecto, la bruma de la época opacaba su color verduzco tropical.
Habiendo pasado el crepúsculo y allegada la noche, preparó la cena y luego de tomarla
decidió salir al jardín nuevamente, se sentó en un escaño que estaba a un lado de la acera y contemplando la quietud de
la noche donde las únicas luces eran unas pequeñas lámparas a flor de suelo con luz apenas tibia y que se alimentaban de la energía solar en el día, un par de faroles al fondo cercano a la tapia de la propiedad, el sonido de grillos y una que otra luciérnaga le revoloteaba a su alrededor, se quedó un buen rato y descansó. Entre
tantos pensamientos transcurrieron casi tres horas, Don Juan se puso en pie y decidió
entrar a la casa para dejar unas cosas listas que ocuparía al día siguiente.
Observando el reloj era ya casi la medianoche y le llegó el sueño. En su cama
ya acostado y luego de unas oraciones al Todopoderoso dio gracias por el día, pero sobre todo porque ya empezaba a encontrarle
sentido a ese confinamiento obligatorio. La sombra de la noche se apoderó de aquel lugar donde apenas un rayo de luz del farol de la callejuela trasera ingresaba por la ventana de su cuarto. Se quedó dormido.
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