Entre la espesura del bosque que
se aprecia entre los cerros elevados y otros que apenas son peñascos, cada
mañana de manera copiosa, se levanta la niebla que exhala la madre tierra a lo
largo y ancho de las estribaciones de la gran cordillera luego de que las nubes besan las copas de las montañas con su lienzo blanco de lluvia horizontal. Al pie de los
cerros verduzcos y forrados de follajes que en ocasiones se pueden contar hasta
diez tipos de verdes así como propiamente ya en el valle donde los ríos se extienden
como serpientes gigantes que desean llegar lo antes posible al mar, viven los habitantes
de las comunidades Amubri, Suiri, Cuaska, Coroma, Sepeque, Yorkin y Bambú. Son
comunidades bastante alejadas de los pueblos con mayores recursos que se
encuentran en la Talamanca de la que todos los costarricenses muchas veces nos
hemos olvidado. En ocasiones para poder llegar a estas comunidades se puede
tardar horas por largos caminos que atraviesan montañas, charrales, ríos y
muchos peligros inclusive. Pero ahí se encuentran esas valientes y humildes
personas que con profundo esmero, ahínco y amor por el trabajo, día a día siembran
y cosechan sus alimentos. Son esos costarricenses de sangre pura cuya tierra
les pertenece y donde jamás debería haber duda o reclamo alguno. Son esas
personas que heredaron del Héroe Nacional Pablo Presbere, “Rey de Las Lapas”, lo
que en otrora época pronunció en lengua Bribrí hasta nuestros días:
___ íyök
I DöR SE DITSöWö ICHA__ ¡ESTA ES NUESTRA TIERRA!
Todos los días desde muy de madrugada hasta el anochecer se les vé trabajando la tierra, caminando por los
trillos y navegando en ríos con sus pangas, aun haciendo trueques o saliendo a
adquirir suministros para mantener la subsistencia. Ellos son los
verdaderos dueños de estas tierras a la que por naturaleza les pertenece. Siembran
y cosechan lo que se comen diariamente, subsisten y agradecen a la madre tierra por
la maravillosa bondad, a la lluvia, al sol, al gran río, al día y a la noche.
Poco o casi nada han recibido de
nosotros, los que llegamos después, y sin embargo… en tiempos de pandemia, han
tenido el más sublime, humilde y apreciable regalo que nos han dado, el producto
de sus manos con la energía de la madre tierra, se han desprendido y con ese
noble gesto heredado y que le son común entre ellos, han recorrido enormes trayectos
para donar, ¡sí señor, para donar parte de sus cosechas a varias familias y
personas que los necesitan en estos tiempos! No es que les sobran alimentos,
sino un desprendimiento de su profunda y entrañable generosidad para con esos Ticos del Valle Central
que los necesitan hoy. Entre carretas y pangas por largos caminos escabrosos y
traicioneros ríos desfilaron SETENTA RACIMOS DE BANANOS, NOVECIENTOS RACIMOS DE
PLATANOS, CIENTO CINCUENTA KILOS DE YUCA Y VARIOS SACOS DE LIMONES.
Sí señores, ¿quién iba a pensar
que un día nuestros hermanos de Talamanca nos iban a alimentar?
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